Donde se cuenta cómo llegaron los avestruces a América III
─Y luego se lo comieron en la selva los animales salvajes. ─Le dijo Merardo Manganeso como adivinando el final de la historia de aquel tataratatara abuelito del tataratatara abuelito de aquel portugués aventurero.
─¡No!, no murió nunca ─le dijo el portugués mientras se acomodaba en la canoa para seguir contando.
─Se hizo leyenda ─siguió diciendo, y hasta un libro se puede escribir todavía con esta historia. Usted se imagina, míster Merardo, si hubiera alguien que recreara las hazañas del tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito, podrían quedar tan bien contadas e incluso para ser llevadas a la gran pantalla como en otrora fueron llevadas las de Tarzán y su mona Chita. Quien hiciera eso tendría una gran historia que regalarle a la gente, tendría la posibilidad de la fama y de ser rico, imagínese, míster Merardo (y con esta era la segunda vez que lo llamaba míster) aquel título larguísimo como la misma fama del que se atreva a escribirlas “La leyenda del tataratatara abuelito del tataratatara abuelito domador de avestruces”.
A Merado Manganeso le hizo ruido aquello de míster, pero más ruido le produjo la curiosidad por saber hasta dónde llegaría aquella historia, por eso le dijo:
─Pero si el tataratatara abuelito de tu tataratatara abuelito se perdió en la selva amazónica brasileña ¿cómo fue que siguió siendo domador de avestruces?, si para entonces en América no se conocían estos animales.
─No había porque nadie registró los que llegaron con los españoles el mismo día que el tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito llegó a Brasil.
─No que era uno el que venía ese día, pero que terminó en la barriga de los españoles.
─Te dije que los españoles lograron devolverle a los portugueses un par de cañonazos, bueno, las dos balas que dispararon no fueron de acero, sino los huevos de avestruz que el tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito tenía camuflado entre las balas. Estos huevos, al no dar en el barco de los portugueses cayeron al mar, fueron enviados a la orilla por las olas, donde días después, el tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito los recuperó.
─¿Y cómo fue que se volvió una leyenda el tataratatara abuelito de tu tataratatara abuelito?
─Porque para sobrevivir tuvo que aprender a vivir como un nativo. Al principio le costó acostumbrase pasar de la esclavitud imperial a la vida selvática. Como esclavo tuvo lo mínimo, pero sobrevivía, como hombre libre se le presentó la posibilidad de la abundancia, pero no sabía cómo sobrevivir. Le tocó valerse nuevamente de las arrugas de su experiencia y empezar a probar raíces, cazar animalitos pequeños, dormir en la intemperie, desacostumbrarse a los amores de su negra que quién sabe qué sería de ella y de sus hijos, bueno, los que pensaba tener con ella porque nunca la embarazó. Pero lo que más trabajo le costó fue cuidar a sus huevos, porque ahora eran de él y de él siguieron siendo cuando nacieron porque en su canto particular parecía que decían mamá y más cuando él los acariciaba y los empezó a domar y más tarde le sirvieron de almohada, de colchón, de transporte y como era buen jinete les servían hasta para asuntos de cacería, ya cuando buscaba qué comer o ya cuando se lo querían comer a él y los usaba para huir.
Pronto se corrió la voz entre las comunidades indígenas de que en las profundidades de la selva había un espíritu, que cabalgando sobre un ave gigante y resguardado por otra de la misma especie, había venido a salvarlos de los hombres blancos. Algunos indígenas llegaron a verlo jineteando, decían que cuando se le cansaba una de las aves se lanzaba en la misma carrera hacia el otro, que cuando veía hombres blancos los despaturraba con sus poderosa patas, que de un salto atravesaba una montaña y que solo esperaba el momento para guiarlos en la gran batalla que debían librar contra los hombres que vinieron a esclavizarlos.
Los cronistas de la época no reseñaron la leyenda del tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito porque no le creyeron a quienes les contaron, decían que eran cuentos, que en la tierra el único Dios era Jesucristo y por eso desecharon de la historia al tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito, sin pensar que, a más de trescientos años después de lo que te acabo de contar, se sigue hablando en toda la selva brasileña, de la presencia de un espíritu que protege a la selva; a muchos taladores se les ha aparecido para desaparecerlos, a los cazadores ha cazado y a quien anda en planes de maldad con la naturaleza, los vuelve árboles para reponer a los derribados.
Pero yo te digo, hombre de fe, ─y esto se lo dijo a Merado Manganeso antes de desembarcar la canoa porque habían llegado a donde iban, y se lo dijo como si fuera lo único verdadero en todo lo que dijo, ─si deseas un pichón de avestruz para domarlo como a un simple mono, yo te lo tengo.
─¿Y por qué no dos? ─le respondió Merardo Manganeso.
─Hasta cien ─le replicó el portugués.
─Con dos está bien. Cuando regrese a Venezuela me los llevo conmigo.
─Trato hecho.
Y se dieron la mano para sellar el compromiso.
última entrega de este documento que se negaron a escribir los cronistas de India, y que ahora verá la luz en hive, para el conocimiento de todos.
Yay! 🤗
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