Donde se cuenta cómo llegaron los avestruces a América II

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Segunda entrega

─¿Y luego qué pasó? ─Lo animó a continuar, míster Merard.

─Resulta que se habían escondido en una embarcación que estaba lista para zarpar desde Puerto de Sevilla hacia América. El avestruz que lo sacó de Portugal, antes de que intentaran la bajeza de matarlo, lo sacó también de España y en especial de aquel aprieto porque cuando los descubrieron los iban a lanzar, a él a los tiburones y al ave, a la olla, pero más sabe un viejo por mañas que por viejo y les dijo que si los seguían llevando con ellos, los iba a enseñar a criar y a multiplicar avestruces para que montados sobre ellos como una especie de nuevos centauros, de una sola barrida dejaran en el esqueleto a sus enemigos, tal como lo estaba haciendo el rey Juan IV por allá en África y lo que pensaba hacer con todos sus enemigos; que si le permitían vivir, les enseñaba a hacer lo mismo, y paraba de hablar para mostrar las marcas de la oreja del animal que indicaban que era de la nobleza de Portugal y mostraba sus propias marcas, los arañazos en todo el cuerpo para que le creyeran que el sí era domador de avestruces, que el sí era bregado en esos menesteres.

     Pero como no le creyeron porque ninguno hablaba portugués, el tataratatara abuelo de mi tataratatara abuelo no volvió a hablar ni con ellos ni con el avestruz porque le pidieron que lo sazonara como si fuera para el mismísimo Juan IV y que cuando se acabara la carne de avestruz ya no necesitarían sus servicios. Y así, el tataratatara abuelo de mi tataratatara abuelo pasó de domador a sazonador de avestruz.

     Para entonces un viaje como ese, desde un continente a otro, tenía un promedio de dos a tres meses, pero como les dije, las mañas de un viejo pueden ser tantas que sobrepasan a sus arrugas y las del tataratatara abuelo de mi tataratatara abuelo se multiplicaban en las adversidades, por algo había vivido años siendo el domador principal de los avestruces del rey ese… Juan, de Portugal; entraba y salía un nuevo domador y él seguía, salía y entraba otro domador, y él ahí, vivito. También por algo había escapado de los perdigonazos del mismo Juan ese, y no iban a ser unos simples marineros españoles quienes lo vieran rendirse.

***

     El primer mes preparó avestruz y papas fritas; para el segundo contentó más a los marineros con estofado y papas al vapor, el tercer mes bajó la calidad, misceláneas de avestruz con papas a la revuelta, y para el cuarto, porque el viaje se había prolongado casi que el doble de los previsto, ya no le quedaba sino resignarse porque se había acabado todo, bueno, casi todo porque tenía camuflado entre las balas de los cañones tres huevos que había encontrado en el vientre de la difunta, a los que no quería tocar para no romper definitivamente con su suerte porque pensaba que si seguía vivo era gracias al avestruz que noblemente se había sacrificado por él; su intención era conservar aunque fuera uno de aquellos huevos reales para seguir prolongando su suerte, pero viéndose en tales aprietos echó mano del primero y empezó a preparar tortilla con papas, papas con huevo, sopa de huevo y lo último que preparó fue la cáscara bañada en condimentos, pero los condimentos no completaron el baño y la cáscara quedó apenas rociada, así que el bañado en sangre iba a ser él, si no hubiese sido porque se escuchó aquel “plommm”, tan aterrador para los españoles y tan milagroso para el tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelito.

     ─¿Y qué “plommm” fue ese que causó, terror y milagro al mismo tiempo?
     ─Un cañonazo.
     ─¡Ah, sí! ─dijo Merardo Manganeso mientras se acomodaba en la canoa porque aún faltaba para llegar a donde iban y porque, no era que creyera mucho en la historia esa, pero como lo estaba entreteniendo.

***

     ─El tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelo era un hombre de suerte. Resulta que como Brasil era dominio de los portugueses, pues estos estaban defendiendo las costas para que ningún invasor entrara sin permiso y cuando reconocieron al barco español lo atacaron y estuvieron a punto de enviarlo a pique, pero escaparon, no sin antes devolver un par de cañonazos a los portugueses.
     El tataratatara abuelito de mi tataratatara abuelo, aprovechado el descuido de los españoles saltó, nadó hacia los portugueses y se salvó, luego de explicar que era esclavo de esos bichos, que lo obligaron a ser su cocinero y para arrimarla más a su favor dio un “vivas” al rey Juan IV; pero aún no estaba salvo, porque si se enteraban de la recompensa que pedían por él, “el vivas” no le iba a servir para mantenerse vivo, por eso, cuando estuvo en tierra se perdió por la selva amazónica brasileña.

***

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Segunda entrega de este documento que se negaron a escribir los cronistas de India, y que ahora verá la luz en hive, para el conocimiento de todos.



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