El sendero vigilante

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El estrecho y húmedo sendero se extendía interminablemente, su superficie resbaladiza reflejaba el cielo gris y opresivo. Los árboles, con sus hojas en una paleta de verdes apagados y rojos desvanecidos, se alzaban a ambos lados, sus ramas retorciéndose como dedos esqueléticos. Cada paso adelante se sentía más pesado que el anterior, el silencio del parque amplificaba el frenético latido de tu propio corazón. Estabas completamente solo, pero una inquietante sensación de ser observado te hormigueaba en la nuca.

A medida que el crepúsculo se profundizaba, el aire se densificó con una presencia invisible. El susurro de las hojas no era el viento; era algo más, moviéndose justo fuera de tu vista. Las sombras bajo los árboles centenarios parecían fusionarse, formando figuras vagas y distorsionadas que nunca se materializaban del todo, pero siempre se sentían cerca. Un terror frío se filtraba en tus huesos, un miedo primario que susurraba algo antiguo y malévolo que se agitaba en el corazón del parque aparentemente tranquilo.

El pánico comenzó a apoderarse de ti a medida que el camino se estrechaba aún más, adentrándose en la oscuridad sofocante. Intentaste gritar, pero tu voz quedó atrapada, un grito silencioso en la quietud sofocante. El suelo bajo tus pies se volvió traicionero, las hojas ocultaban obstáculos invisibles. Tu instinto gritaba que corrieras, pero tus piernas se sentían arraigadas, paralizadas por una fuerza invisible, dejándote atrapada en la penumbra que se cernía sobre ti, las sombras vigilantes acercándose.



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